LA
NIÑA Y LA MARIPOSA
Sé
que me acabo de despertar. Estoy absolutamente segura. Pero este reencuentro matutino
está siendo más complejo que otros días. Tengo la rara sensación de no
reconocerme. Doble despertar, diría yo. Por un lado me siento la niña de ayer; por el otro, noto que se
superpone una persona diferente. Me lo está diciendo el espejo, mi conciencia,
el desconocido y agradable olor de mi cuerpo, el de la mañana... Me cuesta aceptar que, conmigo, se ha despertado otra Sonia. Ya sé que no puede
ser, pero ¿cómo podría traducir en palabras lo que estoy percibiendo?
Seguramente mamá sabrá explicármelo, aunque si no atino a decirle lo que me
ocurre, podría preocuparse. Porque, ¿le digo que hoy no me apetece llevarme al
colegio el osito de peluche, que me resulta ridículo? ¿Le cuento que me he
pasado delante del espejo el doble de tiempo que otros días por si veo a Raúl y
le confieso que no estoy segura de ser yo? ¿Protesto porque empieza a sentarme
mal que me digan “la niña”? ¿O se lo explico con esta caja de gusanos de seda
diciéndole que soy a la vez el gusano y la mariposa?
En
realidad llevo varias semanas sorprendida de mí misma. Pero hoy, más que
sorpresa, encuentro placer. Placer en el peinado, en la falda que he escogido,
en hurtarle a mamá la barra de labios, en
ver esta luz de la mañana que entra generosa por el balcón abierto de la alcoba.
Me dejaré en casa mis mascotas, los muñecos de siempre. Hablaré de esto con mi amiga Tere. Hace tiempo
que ella tampoco se los lleva.
Empiezo
a esclarecer la conversación que mantuve con mamá. Con qué delicadeza me lo
contó. Me dejó esta bolsita para que la tuviera a mano. Intuí desde que me
desperté, que este día iba a ser diferente. Creo que soy consciente de mi
propia metamorfosis. Qué feliz se va a poner mamá cuando le diga que hay en
casa otra mujer.
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