martes, 19 de julio de 2016

Ángel Cano Vela: NARCOVACACIONES

NARCOVACACIONES
(Curro y José Luis pasean como cada mañana desde hace casi un año por el patio de la prisión)
— ¡El maldito ojo de la cerradura nos trajo aquí! Estoy convencido.
— ¿Cómo podemos saberlo? Y habla más despacio, Curro, porque estamos rodeados de soplones de mierda y funcionarios que observan y escuchan desde cualquier sitio. Debemos tener cuidado, y más aún cuando salgamos.
— Sabes, —dijo ahora en tono casi confidencial— te he dicho más de una vez que alguien te vio por el ojo de la cerradura guardar el polvo en el armario de aquel motel de tres al cuarto. No hay otra explicación porque es imposible que hubiera videocámaras en semejante antro.
—Y ese o esa también vio por ese procedimiento a Clarena esconder la pasta . No sé… Nos confiamos al ver que era un lugar de paso para camioneros y comerciales. Tal vez fue un chivatazo.
—Vamos, no seas ingenuo; porque en ese caso no estaríamos aquí, sino muertos. ¿No te has preguntado nunca por qué no apareció la guita?
—Se lo quedaría la pasma. ¡Menudos cabrones!
—Por cierto, hace mucho tiempo que no sabemos nada de Clarena.
El Motel “Don Jamón” está situado en el Km 101 de la autovía de Andalucía, en pleno páramo manchego. La fachada apenas es visible desde la carretera por la gran cantidad de camiones que suele haber sobre todo al mediodía y al atardecer. Diversas reformas acometidas en las últimas décadas han dado lustre a la que antaño fuera una modesta venta para descanso de arrieros. La sencilla fachada enjalbegada no permite intuir la existencia de un coqueto patio interior ajardinado adonde dan las habitaciones con puertas de estampa antigua y herraje de falsa forja. Las llaves simulan las de los viejos portones a través de cuyo ojo puede verse casi toda la habitación enmarcada en arco de herradura mozárabe. Petra regenta este negocio con la ayuda de su marido Norberto desde que hace casi diez años muriera la madre de ella y él tuviese que prejubilarse con 49 años por culpa de un desgraciado accidente con el tractor de resultas del cual perdió un pie tras la primera operación y casi toda la pierna en varias intervenciones quirúrgicas desafortunadas. Una pierna ortopédica que nunca acabó de encajar del todo bien le permitía desplazarse de babor a estribor con un balanceo cómico y no poco estrépito cuando alcanzaba el piso de madera cobijado bajo la arcada del patio. Petra reprochaba constantemente el voyerismo de viejo verde que fue desarrollando su marido para espiar a parejas que ocasionalmente pernoctaban en el motel y a otros transeúntes que él tildaba de sospechosos. Una mente calenturienta y muchos atracones de películas policíacas le hicieron convertirse en un detective aficionado que debía velar, según confesaba a su mujer, por la seguridad del negocio y de ellos mismos.

CUATROS AÑOS ANTES

El 3 de marzo de 2001 José Luis y Clarena llegaban a Madrid en vuelo procedente del Aeropuerto Internacional Ciudad de México. Ella era una guapa mestiza de 21 años nacida en San Cristóbal de las Casas fruto del matrimonio de su padre, un modesto empleado de banco de origen andaluz, y su madre, de origen amerindio. En cuanto a él, tres años mayor que ella, tenía los rasgos inconfundibles de su etnia tzotzil: medía 1,65, tez muy morena, la cara redondeada en la que destacaban sus ojos negros y muy vivos y una boca grande. Se conocieron en el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994. Él era uno de los indígenas encapuchados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que tomaron el palacio municipal. Luego saquearon tiendas y farmacias y crearon el caos en la ciudad antes de retirarse. Ella, con 14 años casi recién cumplidos siguió con expectación los acontecimientos y veía como héroes a los asaltantes. Uno de ellos se quedó mirándola cuando ya iban de retirada y se le acercó con la cara descubierta.
—Eres muy guapa. Y volveremos a vernos. Yo no te olvidaré.
Quedó impresionada y desde ese momento no dejó de recabar información sobre las actividades del ejército zapatista, refugiado en la selva Lacandona tras enfrentarse al ejército mexicano. Pero no volverían a verse hasta el 4 de noviembre de 1997 en que casualmente Clarena se encontraba en Tila con sus padres cuando se produjo el ataque a los obispos de la diócesis de San Cristóbal de las Casas. José Luis la reconoció entre la muchedumbre que seguía con estupor los acontecimientos y no pudo reprimir la atracción irresistible que sintió. Se le acercó para decirle que la visitaría cuando pudiera y la tendría informada de sus pasos. Y que lo esperara si también ella sentía algo por él. A partir de
entonces su relación se fue afianzando con encuentros furtivos que acrecentaron su admiración por el que ella consideraba un héroe que luchaba por los derechos de los pueblos indígenas y todos los oprimidos por un sistema de castas, en definitiva. Sin embargo, los ideales que llevaron a José Luis a integrarse en el ejército zapatista junto a la pura necesidad de ayudar a su familia se fueron desvaneciendo tras integrarse en el Cártel de los Zetas, en donde acumuló en poco tiempo un largo historial de tráfico de drogas y robos, si bien aseguraba a Clarena que aún no había tenido que matar a nadie.
Pero todo cambió en 2001 cuando José Luis recibió la orden de asesinar a un empresario de Veracruz que se negó a seguir aceptando la extorsión a que estaba sometido. Para entonces eran una pareja muy unida y dispuesta a afrontar juntos el futuro, lo que facilitó a José Luis la tarea de convencerla de que debían abandonar el país debido a que no tenía intención de cumplir con el encargo que le habían hecho. La elección de su destino en España no fue casual, como tampoco el que Curro los estuviera esperando en el Aeropuerto de Madrid-Barajas para trasladarlos en un largo viaje en coche hasta Algeciras. La cercanía de Gibraltar, que facilitaba el blanqueo de dinero; Marruecos y su producción de hachís; y la Costa del Sol con sus potentes mafias se confabulan para convertir a esta ciudad en un destino adecuado para alguien como José Luis, todo un experto en el transporte y distribución de droga, más lo que había aprendido sobre el blanqueo de dinero.
Curro, por su parte, contaba entonces 27 años y trabajaba como estibador en el puerto, lo que le permitía conocer de primera mano los entresijos del tráfico de drogas, en el que él mismo estaba implicado desde hacía años. El trabajo era en realidad una tapadera porque su nivel de vida, impropio de su condición de asalariado, provenía de sus relaciones con los narcos de uno y otro lado de la orilla. Un puerto por el que pasaban más de 50 millones de toneladas al año y una más que contrastada permisividad con el narcotráfico por parte de los responsables políticos permitía mantener una sólida economía sumergida basada en el tráfico de drogas. Allí confluyen las principales redes internacionales de narcotráfico, especialmente las mejicanas, con el cártel de Sinaloa a la cabeza, y la más que conocida conexión con el narco gallego, aparte del incesante tráfico de droga a través del Estrecho. Algeciras es la puerta de entrada de la droga a Europa, una imagen que sus ciudadanos no consiguen quitarse de encima, aunque les pese.
—Como sabéis, tenemos casi 700 Km de viaje por delante. Haremos varias paradas para tomar algo y descansar. Y para ir conociéndonos, porque vuestro amigo Jhony, “El Capibara”, no ha sido muy explícito al informarme acerca de vosotros. Ni que decir tiene que la discreción es fundamental para no despertar sospecha alguna. En España no hay tanta permisividad como en México con el narcotráfico, ni siquiera en Algeciras. No sé de qué huis, pero es seguro que me estoy jugando el bigote solo con recogeros.
—No se preocupe, no somos importantes. Clarena no tiene nada que ver con el narco, viene conmigo por puro amor. Y en cuanto a mí, ya se habrá ocupado otro del encargo que no quise hacer. No les he robado nada ni tengo información sensible. De modo que no se ocupará mi organización de buscar a un don nadie como yo.
—Puedes tutearme. Me podéis llamar Curro. Te ha quedado bien eso de la “organización”. La verdad es que no habéis sido muy originales a la hora de elegir el destino. Te aseguro que no resultaría muy difícil a tus exjefes dar con vosotros. Pero entiendo que no teníais muchas opciones debido a vuestra falta de formación y de medios, según me dijo Jhony. Hacéis buena pareja, aunque lamento deciros que “el puro amor” del que hablas, y del que no dudo, va a sufrir pruebas difíciles en este mundo en que estáis metidos —dijo Curro mirando a Clarena a través del retrovisor.
Durante el viaje les informó de los planes que tenía para ellos. De momento les proporcionaría una falsa identidad y vivirían en un modesto apartamento situado en la periferia de la ciudad. Ella trabajaría por ahora como asalariada en una empresa de limpieza y él se ocuparía de atender a un matrimonio mayor durante 10 horas diarias por un módico salario. Debían presentarse como un joven matrimonio emigrado a España en busca de trabajo. Una vez instalados y pasado un tiempo prudencial, conocerían los planes que tenía para ellos. Ya que asumía un riesgo con su acogida, tenía la intención de rentabilizarla a cambio de dar algún golpe y poder dejar de ser un camello de medio pelo. Por supuesto sería él quien se pondría en contacto con ellos cuando lo estimase oportuno. Y a todos los efectos ellos no lo conocían.
Como cabía esperar, los primeros momentos no fueron fáciles para la joven pareja. El apartamento estaba en un estado lamentable y el barrio carecía de infraestructuras. Él no pudo traer dinero para no despertar sospechas, aparte de que su contacto, “El Capibara”, lo desplumó a cambio de proporcionarle una salida del país supuestamente segura y con un contacto de confianza en España. Por lo demás, sus ingresos apenas si alcanzaban para pagar el alquiler y cubrir sus necesidades básicas. La pasión que sentían el uno por el otro compensaba los sinsabores. No obstante, Clarena lloraba a escondidas porque no podía olvidarse de su familia, a la que había dejado con una simple carta de despedida en la que les pedía encarecidamente que no denunciaran su desaparición porque se iba voluntariamente y la denuncia la pondría en peligro. Cuando algún conocido preguntara por ella, debían decir que estaba estudiando en Estados Unidos y que quería buscar fortuna allí. Sentía no poder decirles más porque la comprometería. Pero no debían preocuparse por ella, aunque le sería imposible comunicarse con ellos. En cuanto a José Luis, para él fue una liberación escapar del cártel. Su familia vivía dignamente gracias a él y les dijo que se marchaba para siempre y no podría ponerse en contacto con ellos. Es algo que tenían asumido sus padres y hermanos y siempre era preferible a acabar muerto, como ocurría con frecuencia a quienes vivían en el filo de la navaja como él. No se le ocultaba, sin embargo, que su familia padecería un duro interrogatorio por parte de sus antiguos camaradas en busca de información hasta cerciorarse de que desconocían su paradero. Pero prefería no pensar en eso.
En cuanto a Curro, era receptor de pequeños envíos de hachís que distribuía entre los camellos de la ciudad. Pero no tardaron en ofrecerle la posibilidad de colocar paquetes de hasta 5 kilos, con la complicidad del agente de aduanas de turno, naturalmente. En este caso el destino era el puerto de Barcelona. Su papel consistía en convencer a algún camionero que cargara contenedores en el puerto de Algeciras con destino a Cataluña para que camuflara el paquete en algún hueco de la carga. La crisis del transporte por carretera, con unos gastos que aumentaban día a día por el encarecimiento del petróleo, la subida de los tipos de interés en los préstamos y los gastos de mantenimiento de los vehículos llevó a algunos transportistas al borde de la quiebra a arriesgarse con el transporte encubierto de drogas. Alguien a quien no conocían en absoluto recogía en el puerto de Barcelona el paquete por el que el camionero recibía una cantidad de dinero equivalente a lo que percibía por transportar más de 20 toneladas de diversas mercancías tres veces al mes desde Algeciras a Barcelona. La aparente sensación de impunidad hizo que Curro dispusiera pronto de varios conductores dispuestos a hacer estos portes tan rentables. Él cobraba igual que el agente que hacía la vista gorda cuando los paquetes de droga pasaban por delante de sus narices burdamente camuflados. Y no solo el hachís, por allí pasaba todo tipo de droga, preferentemente cocaína.
Por lo que respecta a José Luis y Clarena, Curro los fue introduciendo en el menudeo para que conocieran el mundillo de la droga de la ciudad a pequeña escala en espera de la gran oportunidad, como él decía. Había transcurrido casi un año desde que llegaran a Algeciras y todo parecía indicar que en México los daban por desaparecidos. El atractivo irresistible de ella la convertía en un camello altamente rentable para las aspiraciones de Curro. Le costó convencerla, pero José Luis y ella estaban en sus manos y no le quedó más remedio que frecuentar las salas de fiestas, los lugares de botellón y las macrofiestas organizadas para jóvenes en donde debía colocar las papelinas con unas artes que fue perfeccionando poco a poco. José Luis, por su parte, se encargaba de obtener información sobre las planeadoras que surcaban el Estrecho de Gibraltar cargadas de fardos así como el destino y distribución de la droga que llegaba a las costas de Cádiz. No le llevó mucho tiempo el conocer los entresijos de tan lucrativo negocio y qué teclas había que tocar para introducirse en alguna mafia. Cuando tuvo suficiente información, le dijo a Curro que, en su opinión, lo más interesante era entrar en el “negocio de los fardos perdidos”. Los más fáciles de coger eran los que los narcos abandonaban en la costa cuando la guardia civil los sorprendía cargando lo coches 4x4 en plena noche. Antes de que los guardias controlaran la situación, un nutrido número de depredadores se hacía con parte del botín. Sin embargo, lo más rentable era hacerse con fardos tirados mar adentro por los narcos cuando se veían acosados por el helicóptero y las patrulleras de la guardia civil. Había caladeros en los que se podría hacer una “pesca” abundante.
—Seguro, que sabes cómo “pescar” esos fardos, ¿verdad? —preguntó Curro.
—Habrás oído hablar del “Club Rompeolas”. Enseñan a hacer surf y organizan muchas actividades orientadas al deporte acuático preferentemente entre niños. Y también tienen una sección de buceo, que es la más lucrativa.
—Entiendo. Y nosotros vamos a hacer un curso intensivo de pesca submarina. ¿O me equivoco?
—No es tan sencillo. Antes debemos pasar alguna que otra prueba hasta que la “organización” nos dé el visto bueno.

4 DE ABRIL DE 2005 EN UN BAR DEL EXTRARRADIO DE ALGECIRAS

—Como podéis comprobar, el sitio no es muy acogedor, pero es seguro —comenta Curro a José Luis y a Clarena. Veréis, tengo un plan. Nuestras “excursiones” a alta mar —puso un énfasis especial en “excursiones”— las más de las veces fueron un auténtico fracaso. No obstante, el reunir al día de hoy 8 kg de cocaína de gran pureza es un botín más que interesante. A ello hay que añadir casi un millón de euros conseguido gracias a nuestro eficiente trabajo en equipo. Supongo que no necesito recordaros que el 70% de todo eso me pertenece. Bien, para ir concretando, la policía es lenta pero van atando cabos y más pronto que tarde nos van a trincar. Ha llegado el momento de dar el golpe. El próximo fin de semana nos vamos a Barcelona con el dinero y la droga.
— ¿Y qué será de nosotros? —pregunta Clarena.
— ¡Claro! —interviene ahora José Luis— Tú eres nuestro único contacto aquí y fuera de Algeciras no sabremos qué hacer ni adónde ir.
— Ese es vuestro problema. Yo me comprometí a esconderos en España y procuraros una subsistencia digna. Sabíais que antes o después tendríais que volar solos. Y ha llegado ese momento. En Barcelona, cuando entreguemos la droga, os doy vuestra parte de la guita y nos separaremos. Como podéis suponer, el último sitio al que podríamos venir es aquí.
— Puesto que Clarena y yo nos llevaremos el 30%, debemos saber cuánto te pagarán por la colombiana.
— Eso lo sabréis en su momento.
La velada transcurrió con bastante frialdad. Por entonces, el deterioro en la relación entre José Luis y Clarena era irreparable y solo quedaba el cariño por todo lo vivido juntos y la complicidad que comparten los desterrados. Ella tuvo encuentros ocasionales con diversos tipos del mundo del narco que le permitían conseguir información acerca de las pesquisas de la bofia y los complejos entramados de quienes movían los hilos del narcotráfico en la ciudad, asociado a una infame trata de blancas. Durante un tiempo ella se sintió atraída por Curro, quien nunca pudo disimular la irresistible tentación que ella representaba para él. Pero su carácter calculador, su suspicacia, la inseguridad que transmitía por moverse desde hacía demasiado tiempo en la cuerda floja la hacía sentirse a ella como un objeto de placer de desecho. Clarena no tardó en comprender que con él no lograría nunca mejorar su posicionamiento en el negocio a tres bandas, o mejor a dos, pues ella formaba un lote con José Luis. Tampoco encontraba la manera de largarse con las perras y las drogas porque ni siquiera en momentos de clímax sexual con Curro consiguió averiguar dónde escondía el botín, tan celosamente guardado. De modo que solo aguardaba que el azar propiciase un punto de suerte en algún momento.
Por lo que respecta a José Luis, a duras penas mantenía el tipo tras cuatro años moviéndose en un submundo del que no siempre supo guardar las distancias. El fácil acceso a la droga y a las mujeres de su entorno empezaba a pasarle factura. El distanciamiento de Clarena lo arrumbó al rincón de los objetos perdidos de suerte que representaba un peligro para sí mismo y para la propia supervivencia del trío.
Era un día soleado de abril. Sobre las 16 h., según lo previsto, un Ford Sierra Cosworth 4x4 azul con buen aspecto pese a sus 11 años de antigüedad dejaba atrás la ciudad de Algeciras y se encaminaba hacia Barcelona con parada en el Motel “Don Jamón”. Esto suponía un ligero desvío de la ruta más directa, pero en todo caso dividía el trayecto de unas 10 horas casi en la mitad. Antes de salir comieron en un bar de carretera tras coger el dinero y la droga que Curro guardaba enterrados en una caja metálica junto al cobertizo de una casa de campo propiedad de un compañero de trabajo que le dejaba como picadero para sus conquistas ocasionales. La casa y lo que debió ser un exiguo jardín presentaban un aspecto bastante descuidado. Desde hacía varios años Curro era el único que la frecuentaba porque su compañero le había puesto el cartel de “se vende” aunque sin éxito hasta el momento. Le vino como fruto de una herencia y él aseguraba que no pisaría el campo hasta que lo asfaltasen.
Curro localizó el Motel “Don Jamón” cuando pararon casualmente el día en que regresaba desde el aeropuerto de Madrid-Barajas con los entonces desconocidos para él José Luis y Clarena. Ahora le parecía un sitio ideal para pasar desapercibidos y acometer a la mañana siguiente el viaje a Barcelona, adonde debían arribar sobre las 14 h. Llegaron al motel sobre las 21 h. y pidieron dos habitaciones, una para los dos varones y otra para Clarena. Ante la malsana curiosidad de Norberto, el extraño recepcionista con pinta de campesino, dijeron que trabajaban para una empresa, con sede en Santander, que vendía consumibles informáticos. Pese a las protestas de los tres huéspedes, Norberto se empeñó en acompañarlos para enseñarles las habitaciones, amuebladas en rústico. Les informó que servirían la cena en media hora y les rogó puntualidad porque solo les acompañarían en el comedor cinco comensales más. Se mostró especialmente solícito con Clarena, a la que miraba con descaro y no cejó en su empeño hasta que consiguió que le dejase cargar con su maleta. Ella se negó a dejarle la bolsa de deporte. Al cabo de un rato coincidieron en el comedor para dar cuenta de una poco digestiva cena al uso manchego en la que no podía faltar la carne de cerdo y el queso regados con vino de la tierra. Las mesas, en las que se imponía un silencio casi monacal, las atendía personalmente Petra, la oronda mujer de Norberto, que derrochaba amabilidad y forzó a los comensales a degustar las natillas de la casa, coronadas por una galleta María. Sobre las 23 h. los tres compañeros de viaje estaban en sus habitaciones. José Luis propuso en voz baja a Curro dejar la droga que llevaban en una bolsa de deporte dentro del armario sin más precauciones. Pero este le respondió que se sentía más seguro metiéndola debajo del colchón para evitar la posibilidad de que alguno de los dos tuviese el irresistible impulso de fugarse con la coca. Así que repartieron por el somier las cuatro bolsas de 2 kg. cada una.
Entre tanto Clarena optó por aliviar el insufrible calor del páramo manchego con un desnudo integral mientras colocaba su ropa en el armario. Antes de meter allí la bolsa de deporte, decidió inspeccionar el dinero y hacer un rápido recuento de los tacos de billetes. En esas estaba cuando su agudo oído le advirtió que alguien la expiaba al otro lado de la puerta. Hizo como que no se había dado cuenta y se acercó con descuido hasta comprobar que un pirata con pata de palo se alejaba por el pasillo. Inmediatamente se puso una ligera bata roja por encima y lo siguió. Ya alcanzaba Norberto el teléfono cuando una ligera mano femenina lo detuvo. Al volver la cabeza se encontró con una bella mujer muy descotada que le sonreía y le pedía silencio con el dedo índice de su mano libre en los labios. Él la miraba con los ojos desorbitados mientras Clarena lo conducía de la mano hacia el cuarto contiguo que servía de trastero. Cerró la puerta tras él y dejó caer su bata mostrando su cuerpo en todo su esplendor. Luego condujo las manos del boquiabierto recepcionista para que acariciase sus senos hasta provocarle una súbita excitación de la que casi sale trastabillado. A continuación ella se dejó caer lentamente y le practicó una felación que Norberto no olvidaría jamás. Aún no se había repuesto de su precipitada eyaculación cuando ella le propuso que se sentara.
―Verá, lo que ha expiado tras el ojo de la cerradura no es lo que parece, salvo que estoy rebuena, como puede comprobar. Como también habrá expiado a mis compañeros, habrá comprobado que son narcotraficantes. Y lo peor no es eso, es que también trafican con mujeres.
Esto último lo dijo con un estudiado suspiro final tras el que brotaron unas copiosas lágrimas que acabaron por desarmar aún más a Norberto, si es que eso era posible.
―Dígame lo que puedo hacer por Vd.
―Pues te lo voy a explicar. Ah, puedes tutearme, guapetón. Vas a ser mi ángel de la guarda. El dinero que has visto es de esos sinvergüenzas y lo han conseguido prostituyéndome con hombres poderosos y sin escrúpulos. Me vas a ayudar a regresar a mi país en donde fui secuestrada hace ya casi cinco años. Y por eso, y porque te aprecio de veras, te daré la mitad de todo ese dinero.
Ahora el suspiro se transformó en un gemido que provocó el fallido intento de Norberto por acariciarla. Pero ella se retiró a tiempo con disimulo, lo que a punto estuvo de provocar la caída de su admirador, quien fijaba en su memoria cada centímetro cuadrado de aquel cuerpo que permanecía aún desnudo ante él.
― ¡No, por Dios! Yo no quiero nada.
―Habla más bajo. Sí que te lo mereces, pero de momento debes esconder el dinero hasta que salga de la cárcel.
― ¿De la cárcel?
― Debo ir a la cárcel porque si denunciamos a mis captores y yo salgo libre mandarán a un sicario para matarme. He de pactar con la policía mi ingreso en prisión durante un año aproximadamente hasta que se olviden de mí y pueda escapar libremente. A estos canallas les caerán 8 años de prisión como mínimo. ¿Me entiendes?
―Yo no quiero líos.
―A ti no te pasará nada. No debes contar a tu mujer ni a nadie nada de esto. De hecho no te tiene cuenta, ¿verdad, pillín? Mis secuestradores deben creer que me han detenido a mí también como cómplice de ellos. Pero no digas nada del dinero. Nos lo repartiremos cuando salga de prisión. Ya te avisaré.
Una hora después aproximadamente la policía irrumpía en la habitación de Curro y José Luis y los sacaba esposados al pasillo, en donde encontraron a Clarena llorando desconsoladamente también esposada junto a otro policía. Poco después otro policía mostraba los paquetes de cocaína a los detenidos. Tras tomarles declaración, el juez envió a la prisión de Ocaña a Curro y a José Luis. A Clarena la mandó al Centro Penitenciario Madrid I para mujeres, en de Alcalá de Henares.
Ángel Cano

UN DÍA DE ABRIL DE 2006

Clarena lucía despampanante en una cafetería del aeropuerto Madrid-Barajas desde donde se dirigía a México para marchar poco después a Estados Unidos como destino final. A punto estuvo de caérsele la taza de café encima cuando vio entrar a un extraño pirata con pata de palo con unas horribles gafas de sol, la camisa hawaiana más hortera nunca vista, un pantalón corto de color amarillo a la altura de las rodillas y unas flamantes deportivas Nike. Llevaba al hombro una bolsa de deporte que a ella le resultó familiar. Clarena no pudo contener una sonora carcajada cuando lo vio acercarse.
―Caramba, Norberto, vaya manera de pasar desapercibido.
―Sabes, me voy contigo. Estoy harto del motel, de mi mujer y de la vida que llevo. Ya no soy tan cazurro, y hasta creo que hacemos buena pareja, si no fuera por esta puñetera pierna ortopédica.
Clarena no pudo reprimir una sonrisa. Pero esta propuesta no entraba en sus planes. Y tenía que pensar rápido.
―Norberto, en efecto eres muy atractivo, y la pata de palo, por llamarla así, te da un toque de distinción. Pero no puedes venir conmigo. Entre otras cosas el avión está a punto de despegar y tú ni siquiera tienes pasaporte. Me voy a Estambul como destino provisional. Además, tu mujer es una excelente persona y te quiere pese a todo. Con la mitad del dinero podéis cerrar el motel y vivir estupendamente. Créeme, no te conviene venir conmigo.
Además de ridículo, Norberto resultaba patético con unas gruesas lágrimas que se le escurrían bajo las gafas de sol. Clarena le besó tímidamente y le pidió la bolsa. A continuación se dirigió a los servicios y volvió al cabo de un rato con su maleta y la bolsa de deporte.
―Norberto, cariño, vamos a aquella mesa del fondo para que puedas comprobar que te he dejado la mitad del dinero.
― ¿Y cómo pasarás tu parte?
―Tengo un viejo conocido en equipajes. Debes saber que nada sale gratis en este mundo.
Norberto abrió con precaución la bolsa y echó un vistazo a los tacos de billetes bien prietos. Desde luego no era el lugar más apropiado para contar la pasta. Luego miró a Clarena suplicante sin decir nada. Ella le tiró un beso y se dirigió a su puerta de embarque. Él abandonó la cafetería con los ojos llorosos y la bolsa de deporte al hombro. Unas horas después se deshacía de su indumentaria de improvisado turista en una tienda de ropa de Toledo y la sustituía por una vestimenta más acorde con su condición de pirata en tierra. No tardó en comprobar en el probador que solo el billete de arriba y el de abajo de cada taco imitaba a los de curso legal, mientras que el resto eran blancos como la leche y tan falsos como la vida misma.

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