Malos olores
Incluso sin mirarse en la luna del armario de
su dormitorio, Juan sabe que el sombrero le sienta bien. Es ligero y se ajusta
a su cabeza. Se siente cómodo y confiado. No obstante, antes de salir de su
piso no puede evitar mirarse en el espejo del recibidor. Allí se ve de cuerpo
entero y abrocha el botón del medio de su traje gris. Vuelve a mirarse en las
paredes del ascensor colocándose las gafas con un gesto de aprobación. Él es un
hombre que sabe lo que hace, y al que no le importa nada ni nadie salvo él
mismo. Sale a la calle con paso decidido dejando que la puerta del portal se
cierre sola. Quince minutos más tarde
entra en una cafetería. En la barra pide una copa. Su mirada se detiene cuando
descubre a una mujer de pelo pelirrojo y mirada perdida sentada al lado de un
gran ventanal. No es atractiva, pero le gusta ver como sus manos juegan con una
sortija: poniéndosela y quitándosela del dedo anular. Él espera impaciente su
reacción cuando perciba que está siendo observada con descaro. ¡Qué mujer! ¡Me
gusta! No, no quiere mirarme pero sus ojos mienten. Contemplan a ese maricón
uniformado, pero ella está sola y desea que me acerque a su mesa, desea que la
lleve a mi casa, a mi cama, que suelte con mis manos ese pelo pelirrojo, que
bese sus labios, que la desnude. ¡La deseo! ¿Y si voy y bebo de su vaso? ¿Le
gustará? ¡No tenemos edad para juegos adolescentes! ¿Para qué gastar el tiempo?
Voy...
Andrea no se siente cómoda con el vestido que
lleva. Su tipo desgarbado y muy desproporcionado hace difícil que vista con
elegancia. Ella lo sabe y percibe como la gente desvía sus miradas cuando pasan
a su lado. Hoy ha salido de su casa muy temprano, sin desayunar, y antes de que
su madre se levante. Hace tiempo que la vieja dejo de importarle, ya no le recrimina
nada, pero le desagradan sus frecuentes e intencionadas miradas que a veces
acompaña con algún suspiro. Entra en una cafetería cercana a su domicilio, no
porque quiera desayunar, sino porque no tiene ya más ganas de deambular por las
calles de su aburrida ciudad. “Nada nuevo”, piensa mientras se sienta en un
rincón al lado de una gran ventana. “Nada nuevo”. Un hombre con sombrero,
sentado en taburete alto, la mira con gesto provocativo desde la barra del bar.
Ella juega con su anillo. Bebe un trago largo de gin-tonic y desvía la vista en otra dirección donde encuentra a
otro hombre vestido con un elegante traje militar. ¡Demasiadas medallas! Más
viejo de lo que quisiera, pero ojalá me invite a una copa. No, no me mira. ¿Y
el otro? ¿El del sombrero? ¡Qué creído se lo tiene! Bueno, si se acerca… ¡Me
gustan tanto los hombres! Desde niña siempre he anhelado un novio. Nunca lo he
tenido. Soy fea. Sola, no, con mi madre. ¡Qué harta me tiene! Tendré que
cuidarla hasta el final. No aguanto más. Sí, me gusta mucho este juego, no
tardará en venir a mi mesa, ¿qué me dirá?, le diré que no, pero me dejaré
seducir...
Luis viste su uniforme de gala. Las medallas
puestas en su pecho le devuelven la estima perdida hace años. Baja decidido los
dos tramos de escalera hasta llegar al viejo portal. Cree que en la calle todos
le contemplan con admiración, él no mira a nadie, su vista, como la de un
torero haciendo el paseíllo, se dirige a un tendido lejano. Arriba el cielo
alborotado, lo mismo que su sangre, muestra colores cálidos y líquidos, Los
primeros temblores le conducen al primer bar que encuentra en su camino: un
bar cualquiera en una ciudad sin
historia. Él bebe a todas horas y come muy poco. Su cuerpo se sostiene sólo con
la bebida. No puede prescindir de ella. A su lado hay un hombre distinguido y
elegante que le gusta, pero no se atreve a decirle nada. No, no está lo
suficientemente ebrio para hacerlo. El alcohol siempre le proporciona el valor
que necesita para poder actuar. Así, ha ganado varias medallas. Así, ha podido
disfrutar con otros hombres. ¡Está sólo! ¿Y si le digo que me gusta su
sombrero? ¿Y si le invito a tomar una copa? Luego otra. La última en mi casa.
Esa tía no deja de mirarme. ¡Será puta! Todas buscan lo mismo…
Juan, Andrea y Luis están en el mismo local y
después de tomar varias copas logran romper su aislamiento. Acaban sentados
juntos en la mesa del rincón. Andrea se siente eufórica: está acompañada de dos
hombres que le gustan. Acepta varias invitaciones antes de irse con ellos. Los
tres salen con paso lento de la cafetería. Luis agarrado al hombro de Juan que a
su vez rodea con su brazo la cintura de Andrea. La casa de Luis no está lejos.
Suben apretados en el ascensor al segundo piso. Juan manosea el pecho de Andrea
y Luis dirige su mano a la entrepierna de Juan y siente su erección. Andrea
percibe un olor fétido al entrar en el piso. Huele mal y también sus
acompañantes huelen mal. Necesita ir al wáter rápidamente. Un olor a lejía
precipita su vómito. El lavabo está sucio y no lo utiliza. Abre la ventana
buscando un aíre fresco que no encuentra en el patio interior. Tiene que
marcharse y lo hace en silencio. La habitación del dormitorio está abierta.
Luis y Juan, desnudos en la cama, roncan.
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