jueves, 29 de junio de 2017

José Luis Carlavilla. Malos olores

Malos olores

Incluso sin mirarse en la luna del armario de su dormitorio, Juan sabe que el sombrero le sienta bien. Es ligero y se ajusta a su cabeza. Se siente cómodo y confiado. No obstante, antes de salir de su piso no puede evitar mirarse en el espejo del recibidor. Allí se ve de cuerpo entero y abrocha el botón del medio de su traje gris. Vuelve a mirarse en las paredes del ascensor colocándose las gafas con un gesto de aprobación. Él es un hombre que sabe lo que hace, y al que no le importa nada ni nadie salvo él mismo. Sale a la calle con paso decidido dejando que la puerta del portal se cierre sola.  Quince minutos más tarde entra en una cafetería. En la barra pide una copa. Su mirada se detiene cuando descubre a una mujer de pelo pelirrojo y mirada perdida sentada al lado de un gran ventanal. No es atractiva, pero le gusta ver como sus manos juegan con una sortija: poniéndosela y quitándosela del dedo anular. Él espera impaciente su reacción cuando perciba que está siendo observada con descaro. ¡Qué mujer! ¡Me gusta! No, no quiere mirarme pero sus ojos mienten. Contemplan a ese maricón uniformado, pero ella está sola y desea que me acerque a su mesa, desea que la lleve a mi casa, a mi cama, que suelte con mis manos ese pelo pelirrojo, que bese sus labios, que la desnude. ¡La deseo! ¿Y si voy y bebo de su vaso? ¿Le gustará? ¡No tenemos edad para juegos adolescentes! ¿Para qué gastar el tiempo? Voy...
Andrea no se siente cómoda con el vestido que lleva. Su tipo desgarbado y muy desproporcionado hace difícil que vista con elegancia. Ella lo sabe y percibe como la gente desvía sus miradas cuando pasan a su lado. Hoy ha salido de su casa muy temprano, sin desayunar, y antes de que su madre se levante. Hace tiempo que la vieja dejo de importarle, ya no le recrimina nada, pero le desagradan sus frecuentes e intencionadas miradas que a veces acompaña con algún suspiro. Entra en una cafetería cercana a su domicilio, no porque quiera desayunar, sino porque no tiene ya más ganas de deambular por las calles de su aburrida ciudad. “Nada nuevo”, piensa mientras se sienta en un rincón al lado de una gran ventana. “Nada nuevo”. Un hombre con sombrero, sentado en taburete alto, la mira con gesto provocativo desde la barra del bar. Ella juega con su anillo. Bebe un trago largo de gin-tonic y desvía  la vista en otra dirección donde encuentra a otro hombre vestido con un elegante traje militar. ¡Demasiadas medallas! Más viejo de lo que quisiera, pero ojalá me invite a una copa. No, no me mira. ¿Y el otro? ¿El del sombrero? ¡Qué creído se lo tiene! Bueno, si se acerca… ¡Me gustan tanto los hombres! Desde niña siempre he anhelado un novio. Nunca lo he tenido. Soy fea. Sola, no, con mi madre. ¡Qué harta me tiene! Tendré que cuidarla hasta el final. No aguanto más. Sí, me gusta mucho este juego, no tardará en venir a mi mesa, ¿qué me dirá?, le diré que no, pero me dejaré seducir...
Luis viste su uniforme de gala. Las medallas puestas en su pecho le devuelven la estima perdida hace años. Baja decidido los dos tramos de escalera hasta llegar al viejo portal. Cree que en la calle todos le contemplan con admiración, él no mira a nadie, su vista, como la de un torero haciendo el paseíllo, se dirige a un tendido lejano. Arriba el cielo alborotado, lo mismo que su sangre, muestra colores cálidos y líquidos, Los primeros temblores le conducen al primer bar que encuentra en su camino: un bar  cualquiera en una ciudad sin historia. Él bebe a todas horas y come muy poco. Su cuerpo se sostiene sólo con la bebida. No puede prescindir de ella. A su lado hay un hombre distinguido y elegante que le gusta, pero no se atreve a decirle nada. No, no está lo suficientemente ebrio para hacerlo. El alcohol siempre le proporciona el valor que necesita para poder actuar. Así, ha ganado varias medallas. Así, ha podido disfrutar con otros hombres. ¡Está sólo! ¿Y si le digo que me gusta su sombrero? ¿Y si le invito a tomar una copa? Luego otra. La última en mi casa. Esa tía no deja de mirarme. ¡Será puta! Todas buscan lo mismo…
Juan, Andrea y Luis están en el mismo local y después de tomar varias copas logran romper su aislamiento. Acaban sentados juntos en la mesa del rincón. Andrea se siente eufórica: está acompañada de dos hombres que le gustan. Acepta varias invitaciones antes de irse con ellos. Los tres salen con paso lento de la cafetería. Luis agarrado al hombro de Juan que a su vez rodea con su brazo la cintura de Andrea. La casa de Luis no está lejos. Suben apretados en el ascensor al segundo piso. Juan manosea el pecho de Andrea y Luis dirige su mano a la entrepierna de Juan y siente su erección. Andrea percibe un olor fétido al entrar en el piso. Huele mal y también sus acompañantes huelen mal. Necesita ir al wáter rápidamente. Un olor a lejía precipita su vómito. El lavabo está sucio y no lo utiliza. Abre la ventana buscando un aíre fresco que no encuentra en el patio interior. Tiene que marcharse y lo hace en silencio. La habitación del dormitorio está abierta. Luis y Juan, desnudos en la cama, roncan.  


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