Cuando quiero leer un libro, lo escribo
Manuel era un chico moreno, ojos
verdes, alto, delgado, de unos treinta años de edad, con una sonrisa a la que
ninguna chica podía resistirse. Simpático, extrovertido, pero algo simple. En
tercero de bachiller tuvo que abandonar los estudios, pues se le iban
acumulando las asignaturas de primero y segundo.
Trabajaba en una sucursal
bancaria gracias a la influencia de su padre, en la que algunos, aseguran
haberle visto sumar el dinero con los dedos. Fue allí donde conoció a Lolita encargada de la limpieza y
más o menos con la misma capacidad intelectual, lo justo para pasar el día,
teniendo serios problemas si tenía que trasnochar. Lo más destacado de ella era
sin dudar su alegría. Siempre estaba cantando pasodobles, la copla española, y
entre sus canciones favoritas “ojos
verdes” que interpretaba mirando a Manuel con pasión. Al poco tiempo se casaron
y alquilaron un pequeño piso en el centro de la ciudad.
Tenían una vida tranquila, sin
complicaciones hasta que vino a visitarlos la diosa fortuna y pensaron que el
dinero lo podría comprar todo. Un sábado por la noche, tuvieron la suerte de acertar una primitiva de ochenta millones. Enseguida se pusieron a hacer planes, a cuál
más disparatado. Comenzaron a ponerse un “don”. En adelante se harían llamar don Manuel y doña Lolita. Para ello
encargarían tarjetas de visita con semejantes nombres. Después decidieron
hacerse una casa como las de las películas, con piscina y todo, que sería sin
dudar la envidia de sus conocidos.
Contrataron a un arquitecto, que
tuvo que renunciar a los dos meses para no volverse loco. Le cambiaban los
planes a diario hacían, deshacían, volvían a hacer. Hasta que no pudo más y se
marchó. Lo mismo que el segundo y el tercero. El resultado final fue una mezcla
de estilos, según aparecían en las revistas del corazón. En ella se gastaron
más de la mitad de lo ganado, aunque se podría haber hecho por bastante menos.
Fueron muchas las excentricidades que pusieron: grifería de oro, mármoles
traídos directamente de Italia, una fuente imitando a la fontana de Trevi. Y
como no, una buena biblioteca. No sabían para qué podría valerles, pero estaba
en las revistas.
Una vez terminada y como los
nuevos ricos, empezaron a enseñársela a todo aquel que conocían, haciendo
resaltar los detalles de la misma “Mire usted, decían al director de su
sucursal, este cuadro es un Picasso” .Y “don “y “doña” se miraban con cara de
satisfacción por haberse acordado de un nombre tan raro. Y proseguían con la
casa “Este es el cuarto de baño con bañera de hidromasaje” y se volvían a miran
con complicidad, pues aun no habían sido capaces de poder bañarse. Pasearon por
toda la casa hasta que llegaron a la biblioteca. El sorprendente recinto estaba
revestido en madera y con tres de sus cuatro paredes, llenas de libros. En el
centro una gran mesa con unas lámparas
tipo flexo que colgaban desde el techo. Era la mejor estancia de la casa. En
los estantes se podían leer, títulos de los más variopintos, desde la novelas ejemplare,
hasta los clásicos, pasando por los
premios Nadal, Nobel…etc.
“Sorprendente, dijo el director
dirigiéndose a Manuel, no sabía que eras
tan aficionado a la lectura, ¿Que autores de los que tienes aquí te gustan más?
¡Que aprieto!. No sabía muy bien que contestar, pues la verdad es que no se había
leído un libro en su vida. Es más no se sabía el título de ninguno de ellos y
tampoco quienes podrían ser los autores.
Pero lo peor estaba por llegar. Ocurrió que cuándo D. Prudencio, el director,
fue a coger uno de los libros y se quedó con las tapas del mismo en la mano.
Los libros eran sólo eso, tapas de relleno que había comprado por metros y a
muy buen precio. Fue entonces cuando Manuel para despreocupar a su jefe dijo “No
he querido comprarlos porque pesan mucho en las estanterías y quedan muy feas
arqueadas. De todas formas cuando quiero leer un libro, me lo escribo y lo
coloco en el hueco. A ver, cuál quiere usted leer. Coja el que quiera y en dos
semanas se lo tengo preparado ¿ Le gustaría leer este que dicen que está de
moda?”
D. Prudencio haciendo honor a su
nombre, aguantó estoicamente la estupidez de su empleado, aguante que casi le
traiciona con una carcajada cuando vio el título del libro: D. Quijote de la
Mancha.
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